Licencia
¿De qué me viene esta licencia?
Si no existen las casualidades, ¿qué
aprendo de todo esto?
Hay una nota. Un suave, casi imperceptible
pinchazo. A veces es escozor. A veces, ardor. Como el cigarrillo sobre un muslo
diana.
Y es esa nota, esa diminuta alarma
imposible de ignorar. El fuckin´ Pepito Grillo del que tan bien nos ha hablado
la pseudocultura infantil que nos vendió Walt Disney, dando el salto del
negocio al “legado para la Humanidad” posando su enorme y destructiva pata en
el texto del autor italiano Carlo Collodi.
En Pinoccio, se trabaja en profundidad
la condición humana. La marioneta de madera se transforma en persona de carne y
hueso al final de la obra. Tras haber
vivido, sufrido, aprendido, trascendido.
Pues, Pepito Grillo. Es una metáfora chotísima,
taxonómica, racionalista y demasiado alegórica. Dale.
La vida del ser humane tiene muchos
más matices que una vocecita diciéndonos qué debemos hacer y qué no. Porque eso
sería aplastarnos. Condenarnos a la mente. Entregarnos a ella sin defensa de
ningún tipo. Es creer inocentemente que la mente es algo positivo. Y entonces.
La vida se vive y se decide desde ahí. Desde la inmaculada mente.
Pero. En realidad.
Pinoccio tiene muchos otros tonos.
Pinoccio pierde las cuerdas al hacerse de carne y hueso. Porque ha crecido.
Porque ha dejado de escuchar vocecitas (internas y externas) y ha empezado a
sentir otro tipo de señales.
Ahora sabe qué le da tranquilidad. Y
entonces sabe volver a ese lugar.
Sabe enraizarse y no entrega su paz,
su calma interior.
Caras, respuestas, miradas, ausencias,
culpas, paciencias, silencios, reclamos, corridas, preocupaciones económicas
–siempre las preocupaciones económicas-, la salud, la Vida Misma.
Aunque despojada de toda su mitad. Esa
a la que se accede solamente luchando por encontrarla.
Sí. Ya sé: la primera bocanada de
aire. El sufrimiento inabarcable del nacimiento. Esa bofetada inaugural de puta
realidad. Y, desde ahí, todo es un valle de lágrimas.
NO. Para nada. Ni ahí.
La vida es linda. Solo hay que vibrar
donde se puede apreciar su belleza.
En otra sintonía sos tu mente. Soy mi
mente. Y mi mente no es linda –no sé la tuya- si no me conecto conmigo misme.
Yo estoy adentro. Asustada. Enojada. Culpable.
Sucia. Fea. Mala. Vergonzante.
De ese niñe interior hay que ocuparse.
Regare. Mirarle. Mimarle. Abrazarle. Alimentarle.
Darle días de sol. Asegurarle picnics
y amiguites para jugar.
Entonces.
Una vez que le heride niñe interior se
haya repuesto un poco. Cuando la histérica descifre su síntoma y pueda volver a
caminar.
Pues. Ahí sí.
Se puede intentar sostenerse allí. Aquí.
Donde el tiempo es este. Donde nada ni nadie te arranca de acá. De tu esencia. De
este estado de licencia. Licencia para encontrarte. Para acordarte. Para permitirte.
En fin.
Para sanarte.
De eso se trata. Siempre.
Julieta Galliano